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Responsabilidades en una desescalada

Fuente: https://www.pascualvilaplana.com/ 2020-06-21

Siempre he pensado que hay que medir las palabras, no por eclipsar contenidos, sino, más bien, por ser honesto y claro con lo que se dice. Los diferentes idiomas, cuyo conocimiento es siempre una fuente inagotable de sabiduría, nos aportan las herramientas necesarias para poder analizar el mundo que nos rodea, en cada lugar, en cada circunstancia, en cada peculiaridad. Cada lengua, como decía un viejo sabio, representa una manera de analizar el mundo. Sin embargo, asistimos con demasiada frecuencia, a un uso de la palabra con finalidades que nada tienen que ver con ella misma, queriendo coartar con el idioma el más preciado de todos los bienes del ser humano, la libertad. Las diferentes lenguas del mundo no sirven ni para dividir ni para estratificar a la sociedad; su principal utilidad es tener a nuestro alcance las diversas posibilidades de pensamiento que nos harán ser libres en nuestras decisiones vitales.

En este período especial que estamos viviendo a causa de la crisis sanitaria global, hemos tenido tiempo de reflexionar sobre la realidad que nos rodea y sobre lo que nos parecía enmarcado en una normalidad sólida. El confinamiento en el cual hemos estado inmersos, nos ha separado físicamente de familiares, amigos y compañeros de trabajo. Sin embargo, no he visto el distanciamiento social que tantas veces hemos oído y leído en los medios de comunicación. Ha existido un distanciamiento físico que, gracias a los recursos tecnológicos, se ha suavizado y se ha llevado con mayor resignación. Pero la sociedad ha estado más unida que nunca hablando de balcón a balcón, de rellano a rellano, por teléfono, por video llamada, por mensajes escritos…. Nos hemos relacionado con gente que aun no conocíamos, hemos llamado a amigos lejanos con los que hacía tiempo no contactábamos, nos hemos preocupado por la salud de los demás… Las fórmulas de saludo han asimilado perífrasis como: “¿estáis todos bien?” que ha completado la sequedad del simple “hola”. Otra señal de esta unión social, está en la solidaridad mostrada por nuestros mayores y en el ejemplo de nuestros niños. La gente de más edad y, por tanto, de más experiencia, ha sabido guardar la distancia física aun llorando en soledad la ausencia de besos y abrazos que, en su etapa vital, son su mayor fuente de energía. Por otro lado, los más pequeños, han sabido reinventar sus juegos, han vivido con entusiasmo la presencia de sus padres en casa, realizando con ellos actividades normales, pero que antes del confinamiento, no lo eran.

Mientras escribo estas palabras, estamos en mitad de una desescalada con peldaños dispares, en una escalera que no siempre tiene barras de protección y que algunos la bajan sin ninguna prudencia. Dicen que nos adentramos en una nueva normalidad. Y, una vez más, no entiendo bien las palabras, pues esta tremenda tristeza a la que nos hemos visto abocados nos ha enseñado las fauces de la fragilidad humana. ¿Acaso era normal la vida que llevábamos? Veníamos viviendo en un mundo poco solidario, con grandes diferencias sociales, donde el lugar de nacimiento sigue marcando la evolución vital, donde la pobreza sigue evidenciando una injusta división entre la raza humana. La naturaleza también nos ha hablado, mostrándonos cual puede ser la belleza de su estado sin la contaminación que nosotros generamos. El Covid19 no ha hecho distinciones entre sus víctimas ni por su lengua, su religión, su pensamiento o su cuenta bancaria. En esta nueva normalidad que se anuncia, ¿asistiremos al renacimiento de una sociedad más justa y más solidaria?. ¿Encontraremos líderes capaces de solucionar los problemas que nos dividen? Cada uno de nosotros, ¿seremos capaces de actuar en consecuencia a lo aprendido de la experiencia?

El tiempo que nos ha regalado el confinamiento a aquellos que afortunadamente no hemos sufrido el contagio del virus, se ha convertido en aliado para la reflexión, aquella que en la “normalidad anterior” carecía de espacio. Cuando parece que vemos esa luz al final del túnel (alguien diría:”¡no vayas!”) nos visita el temor de cómo será el deslumbre. Y la cultura, una vez más, se convierte en un resorte de vida. La literatura, la música, el cine, la gastronomía o el ejercicio físico han resultado imprescindibles para la supervivencia en tiempos de aislamiento. Sin embargo, el futuro de la cultura sigue siendo una incógnita en este período de desescalada. A pesar de haber demostrado con creces su valor innato como acompañante vital, seguimos sin tener estrategias claras para su preservación. En los planes de reincorporación que hemos leído, siempre se habla de aforos de salas y teatros, pero no se tiene en cuenta a los artistas que en directo elaboran el espectáculo, bien sea de danza, teatro, música… Es lógico pensar que, ante la peculiar y desconocida situación, se puedan generar olvidos y se obvien detalles. Pero no es menos cierto que, casi siempre, los perjudicados son los mismos. Esperemos que la nueva normalidad corrija los errores del pasado. En los tiempos nuevos que se avecinan tenemos esperanza en encontrar un diálogo con las instituciones que hayan aprendido la consideración de la cultura como un bien de primera necesidad. Después de toda la situación vivida, seguro que el aprendizaje nos lleva a una realidad en donde no se recortan recursos para la investigación médica, para la educación ni para la cultura. Esperamos que, además de las opiniones de jugadores de fútbol y toreros, las autoridades se interesen por las de los enfermeros, celadores, empleados de supermercados, panaderos, farmacéuticos, actores, músicos, pintores, bailarines, escritores, agricultores, … Tal vez la nueva normalidad nos aporte la lucidez necesaria para entender por qué no se puede llenar el aforo de un teatro y sin embargo los trenes, aviones o el metro van llenos de gente sin ningún distanciamiento físico.

Decía una bella canción que: “l’esperança és mentida, si no hi ha cada dia un esforç pel nou demà” (la esperanza es mentira, si no hay cada día un esfuerzo para el mañana). No creo que cualquier tiempo pasado fuera mejor, y si realmente lo fue, no podemos regocijarnos en el recuerdo mientras desaprovechamos la oportunidad de intentar mejorar el futuro. La nueva normalidad podría ser actuar con responsabilidad, sentido común y siendo solidarios con los demás, vengan de donde vengan, hablen la lengua que hablen o le recen a quien quieran. Hagamos que la nueva realidad sea lo que nosotros trabajemos por ella, con responsabilidad y empatía. Tal vez la historia nos juzgará, pero será tarde para cambiar nada. Carpe diem.

José R. Pascual-Vilaplana

Barcelona, 19 de junio de 2020

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