1 junio, 2023  Escrito enr diapason

María Anna Mozart vino al mundo el 30 de julio de 1751 en Salzburgo, la misma ciudad en la que nacería cuatro años y medio después su hermano Wolfgang Amadeus. Era la cuarta hija de un matrimonio de músicos, Leopold y Anna María Mozart, cuya vida familiar parecía tocada por la tragedia: María Anna nunca llegó a conocer a sus hermanos mayores, que habían muerto todos al poco de nacer, igual que sucedería con los dos siguientes que vendrían después de ella. Solo ella y el séptimo y último hermano, que se convertiría en uno de los compositores más famosos de todos los tiempos, sobrevivieron hasta la edad adulta. Tal vez de aquí le vino su apodo: Nannerl, un nombre de raíces hebreas que significaba “bendición de Dios”.

La pequeña María Anna fue educada por su padre en el arte de la música desde su más tierna infancia y ya desde los siete años destacaba como interprete de pianoforte y clavicémbalo, dando muestra de su gran talento e inteligencia, se cree que llegó a componer pequeñas piezas a tan corta edad. Su virtuosismo era evidente y su capacidad enorme, también demostró manejarse excepcionalmente con el violín y poseer una gran voz. Muchos de los expertos de la época la consideraron una de las mejores artistas de todo el continente y no dudaron en subrayar que su talento era incluso superior al de su hermano.

Cuando María Anna contaba con once años de edad fue invitada, junto con Wolfgang, a tocar en la corte austríaca. Fue tal el éxito que obtuvieron los dos jóvenes talentos que su padre los llevó de gira por Europa durante más de tres años, lucrándose así con el trabajo de sus dos hijos.

María Anna y Wolfgang Amadeus Mozart en su infancia.

Toda esta vorágine de éxitos y fama se vio truncada cuando la joven cumplió dieciocho años, edad en la cual las jóvenes de buena cuna debían abandonar su vida y aspiraciones, y ponerse como única meta encontrar un buen marido, para dedicarse por entero al matrimonio y a la maternidad. Este hecho era una terrible y habitual práctica en la Edad Moderna que truncó las carreras de miles de mujeres jóvenes condenándolas a un infierno personal.

Autores como Rousseau, que reivindicaban la igualdad entre los hombres, a su vez relegaban a la mujer a mera acompañante, llegando a afirmar que estas debían ser educadas para:

“Agradar a los hombres, serles útiles, hacerse amar y honrar por ellos, educarlos de jóvenes, cuidarlos de adultos, aconsejarlos, consolarlos, hacerles la vida agradable y dulce: he ahí los deberes de las mujeres en todo tiempo, y lo que debe enseñárselas desde su infancia. […] Por tanto, cultivar en las mujeres las cualidades del hombre y descuidar las que les son propias es, a todas luces, trabajar en perjuicio suyo.” (Fuster García, 2007)

La razón ilustrada que buscaba la igualdad de los seres humanos no quería profundizar en la igualdad de los géneros, y ahondaba en la diferencia entre hombres y mujeres que se venía arrastrando desde siglos atrás. Sencillamente se pensaba que, en esta lucha contra los privilegios, el camino hacia el conocimiento era un asunto del hombre, en su sentido más literal.

Ante este panorama tan desolador, en el que incluso las mentes más “progresistas” las consideraban poco más que objetos decorativos, las mujeres solo podían obedecer o condenarse al absoluto ostracismo social si se rebelaban contra las ordenes de sus padres o tutores.

Y así la fabulosa María Anna Mozart fue sacada de los escenarios a la espera de que sus padres la casasen por obligación y sin amor. Ella se había enamorado de Franz D´Ippold, capitán y tutor privado, pero fue forzada por su padre a desechar su propuesta de matrimonio. Finalmente se casó con un magistrado millonario, Johann Baptist Franz von Berchtoldzu Sonnenburg, que era viudo por segunda vez y tenía cinco hijos de sus matrimonios previos, a los cuales María Anna ayudó a criar. También tuvo tres hijos propios: Leopold Alois Pantaleon, Jeanette y María Babette, que fallecería al año de nacer.

Se dedicó por entero a la crianza de sus hijos e hijastros y a ejercer de esposa a tiempo completo durante mas de dieciocho años, y no sería hasta la muerte de su marido en 1801 cuando regresase a Salzburgo y volviese a retomar su faceta de profesora de música. Tenía cincuenta años. ​Sus últimos años fueron duros puesto que, a pesar de quedarse ciega en 1825, continuó ejerciendo como profesora de piano y tocando este instrumento hasta su muerte el 29 de octubre de 1829.

María Anna en su madurez.

Murió sin dejarnos ninguna obra firmada y a día de hoy, muchos han sido los investigadores que se han interesado en recuperar su legado y poner en valor las obras compuestas por ella. Algunos historiadores aluden a la correspondencia que Amadeus mantuvo con Nannerl para afirmar que existen indicios de que ella escribía sus propias composiciones. El hermano pequeño le dirigió varias cartas en las que alababa su obra, calificándola de “hermosa”, y la animaba a seguir componiendo. Se especula con la posibilidad de que algunas de las composiciones primigenias atribuidas a Mozart sean, en realidad, obra de ella.

El investigador australiano Martin Jarvis señala que podría haber encontrado la «escritura musical» de María Anna, gracias a un estudio realizado por un forense especialista en documentos, basándose en el tipo de grafía encontrado en su cuaderno de notas denominado “Nannerl Notenbuch”, lo que confirmaría que compuso obras que su hermano menor utilizó para aprender a tocar el piano, pero actualmente esta información no ha sido corroborada oficialmente.

Cabe destacar que, durante la Edad Moderna, al igual que en la mayoría de periodos históricos, existían cierto tipo de roles que no estaban bien vistos si eran desempeñados por una mujer. La mayoría de profesiones que requerían de cualificación eran desempeñadas por hombres y si una mujer osaba a romper ese estereotipo social era discriminada y obviada por el resto de ciudadanos que la rodeaban; componer obras musicales entraba dentro de estos parámetros y debido a ello (además de a otras muchas causas, como ya hemos visto) muchas grandes compositoras jamás firmarían sus composiciones, siendo estas atribuidas a varones cercanos o a hombres de su propia familia, muy probablemente este sea el caso de Nannerl.

Es triste pensar, que tal vez si María Anna no hubiese sido silenciada por ser mujer podría haber opacado a su hermano y hoy ocuparía el lugar que le corresponde en la historia como la gran pianista y compositora que fue.

Concepción Silvestre Díaz, Profesora de canto e historiadora.


BIBLIOGRAFÍA:

CHARBONNIER, Rita (2016), “Nannerl, la hermana de Mozart”.

CRIADO TORRES, Lucía (2018), “El papel de la mujer en el Siglo XVIII. La educación y lo privado”.

FERRER VALERO, Sandra (2011), “Mujeres en la historia. Un genio silenciado, María Anna Mozart”.

FUSTER GARCÍA, Francisco (2007), «Dos propuestas de la Ilustración para la educación de la mujer: Rousseau versus Mary Wollstonecraft”.

G.M, Abel (2020), “María Anna Mozart, la hermana que inspiró a Amadeus”.

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