Manuel Tomás Ludeña, 10/02/2020

La cuestión de la despoblación del mundo rural entra cada vez con más fuerza en el centro de la agenda y del debate político en nuestro país y también en la Comunitat Valenciana. Es una preocupación al alza para los ciudadanos. Todos somos conscientes ya de las enormes repercusiones que este fenómeno tiene para nuestro futuro, la sostenibilidad del estado del bienestar y la ecología de nuestro territorio.

Recientemente, se ha constituido la Agencia Valenciana Antidespoblamiento y el programa AVANT y se están destinando líneas de subvención y ayudas directas a municipios con riesgo de padecer el despoblamiento. Se estima que tenemos 143 pueblos con riesgo de despoblación y durante las últimas seis décadas han desaparecido muchos en la Comunitat Valenciana.

Entre los motivos que originan este fenómeno, es evidente que el mayor de todos ellos es la dificultad que tiene la gente joven para encontrar un empleo y acceder a los servicios de calidad del estado del bienestar (sanidad, educación, etc.) en estas zonas. Revertir esta situación es complicado y, por lo visto, no es fácil acertar en la implantación de políticas que obtengan resultados con rapidez. Más bien, al contrario.

Ya metidos en el terreno cultural, las desigualdades entre estos ciudadanos en función del lugar donde se resida son muy grandes. De hecho, la oferta cultural se concentra mayoritariamente en los núcleos urbanos. Y uno de los objetivos esenciales de cualquier política cultural debería ser garantizar el acceso a la cultura a toda la ciudadanía, con independencia de donde viva y cual sea el nivel de su renta. Si esto no se consigue, se genera una desigualdad.

En estos momentos, se barajan muchas líneas políticas, todas ellas necesarias y sensatas: Incrementar la inversión en esas zonas, garantizar los servicios básicos, mejorar las redes de comunicación, permitir el acceso a internet en todos los puntos del territorio, potenciar el turismo rural, etc. Proponemos desde aquí una línea política que entendemos que debe explorarse, ya que estamos convencidos de que reportará importantes beneficios: Potenciar las sociedades musicales y los servicios integrales que ofrecen.

Pongamos al alcance de estos ciudadanos, además de un centro sanitario y de una escuela, también una sociedad musical. Y los beneficios serán enormes. Una sociedad musical ofrece de manera combinada tres servicios esenciales: Un proyecto educativo de carácter musical que supone futuro laboral y

Un proyecto educativo musical mejora la calidad de vida en común Share on X Las sociedades musicales tienen una gran capacidad para vertebrar el territorio Share on X

formativo, un proyecto cultural que permite disfrutar de conciertos y de una interesante oferta cultural/musical y un proyecto social que mejora la calidad de vida en común compartiendo vivencias y experiencias. No olvidemos que los locales sociales (los casinos de toda la vida) son en muchas poblaciones centros neurálgicos de relaciones humanas.

Con ello, también estaremos involucrando en esta tarea a la sociedad civil y conseguiremos la tan ansiada colaboración público/privada que actuará como una palanca de cambio para rentabilizar los recursos públicos que se destinen.

Y no creo que sea tan difícil ni tan caro. Proponemos identificar esas zonas y subvencionar al 100% los estudios en nuestras escuelas de música de los educandos de estas comarcas, o incluir criterios a la hora de dar subvenciones y ayudas a aquellas escuelas de música ubicadas en zonas con riesgo de despoblación.

Demos ayudas para la contratación de los directores, para la compra de instrumentos y también para el mantenimiento de los locales sociales y dejemos que las sociedades musicales vayan poco a poco haciendo lo que mejor saben. Seguramente los resultados serán espectaculares en pocos años. Un conocido mío dice siempre: «Las sociedades musicales son como el rey Midas, todo lo que tocan lo convierten en oro». Pues eso mismo. Y detrás de todo esto, como catalizadora, la FSMCV que aglutina con mucho éxito a todo el colectivo.

Muchas de estas líneas ya se llevan a cabo, pero lo novedoso podría ser vincularlas como una «terapia diana» contra la despoblación.

Las sociedades musicales tienen una gran capacidad para vertebrar el territorio, para establecer anclajes con el tejido social y, sobre todo, son una oportunidad para dar mayor significatividad a la vida de las personas. Si uno contempla el día a día de una sociedad musical, encontrará a jóvenes que acuden a estudiar un instrumento, personas jubiladas que acuden a ensayos y conciertos o que forman parte de las juntas directivas y se dedican a su banda en régimen de voluntariado… Es difícil encontrar algo así. Montarlo ex novo en un territorio sería un esfuerzo descomunal, pero preservarlo y cuidarlo es más factible.

Miremos el caso del pueblo de Higueruelas en la Serranía; por cierto, una comarca aquejada del mal de la despoblación. El alcalde de Higueruelas, Melanio Esteban, toca la tuba en la banda y lo tiene muy claro, como declaraba recientemente en un medio de comunicación: «Los vecinos que residen en Valencia y no quieren perder el vínculo con el pueblo nos matriculan a sus hijos en la escuela de música y vienen los fines de semana a las clases».

La banda ensaya estos fines de semana y está formada por más de 40 músicos, acude a certámenes, ha ganado alguno, mantiene una actividad más que aceptable y, sobre todo, consigue vincular a muchos jóvenes con la vida social del pueblo. Un dato curioso, su escuela de música tiene 38 alumnos, el doble que el colegio rural agrupado de Higueruelas. ¡Menudo dato!

Sin duda, una historia de éxito, una buena práctica extensible a otras localidades. Y allí donde no sea posible en un estadio inicial, estas escuelas de música podrían gestionarse desde la propia administración local con la ayuda de la FMSCV u otro tipo de gestión indirecta o externalizada.

En fin, ideas hay muchas, posibilidades también. La cuestión es creer en ellas, desarrollar políticas y gestionarlas muy bien para conseguir que nuestras sociedades musicales supongan una herramienta efectiva para mantener la vida social, cultural y educativa de nuestros pueblos en peligro de extinción.

Nada es fácil, pero mejor así, porque hace que sea más apasionante.

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