“Ningún avance se hizo nunca sin una conjetura audaz”
Isaac NEWTON
Una Banda de Música es por definición una agrupación musical formada mayoritariamente por instrumentos de viento y percusión. A diferencia de la orquesta, donde los instrumentos de cuerda tienen su mayor protagonismo.
Desde el periodo barroco hasta nuestros días, la música clásica centroeuropea ha considerado a la orquesta la agrupación musical por excelencia.
En la Comunitat Valenciana, la tradición musical de origen popular y rural se aglutinó desde principios del siglo XIX a través de las agrupaciones de viento, herederas de la llamada “música militar”. En consonancia con el estilo de vida mediterráneo, donde el binomio música/fiesta ha estado siempre muy presente. Y así, durante todo el siglo XX la música sonó en los pueblos valencianos y sus calles a través de nuestras bandas de viento. Nada que no sea de sobra conocido.
Sin embargo, el carácter popular y festivo de nuestras bandas siempre fue considerado como una manifestación de orden menor por los sectores de la llamada “música culta”. La ausencia de un repertorio de calidad propio y específico para banda y el tener que recurrir a la interpretación de las llamadas “transcripciones” de obras orquestales fue entendida por muchos como una especie de “querer y no poder”. Los inspiradores de la “leyenda negra” contra las bandas de música esgrimieron justamente esto, entre otras lindezas. Ya ajustaremos cuentas con estos en otra ocasión…
A finales de los años 70, encontrar músicos de cuerda en nuestras sociedades musicales no era fácil, eran raros y escasos. Sólo las bandas más poderosas tenían contrabajos y algún violonchelo.
La entrada de los instrumentos de cuerda en las bandas de música vino de la mano de los contrabajos. Los encontramos ya en las bandas de Llíria en los años 50 y 60 del siglo XX. Fueron los pioneros, los encargados de abrir el sendero en la jungla.
Un poco más tarde, llegaron los violonchelos pero entraron con fuerza. Tanto unos como otros mejoraron la sonoridad de nuestras bandas, permitieron interpretar con más precisión y éxito el repertorio orquestal. Por ello, muchas de nuestras bandas de música pasaron a llamarse, henchidas de cierta satisfacción, Bandas Sinfónicas. La verdad sea dicha, oír un Cello interpretando el solo del poema sinfónico Poeta y Aldeano de Franz von Suppé producía admiración. Sin ánimo de ofender a los sufridos saxofonistas.
A modo de anécdota, la Banda Municipal de Valencia, nuestra agrupación musical profesional por excelencia, no ha tenido jamás en su plantilla violoncelistas.
Pero hay un punto de inflexión que supuso una auténtica revolución y el inicio de un fenómeno de grandes repercusiones musicales, culturales y también profesionales: A las bandas les dio por crear orquestas de cuerda, traicionándose en cierta manera a sí mismas. ¡Toma innovación! ¿Cómo fue posible hacer esto? ¿Cómo se logró la convivencia entre las dos agrupaciones dentro de las sociedades musicales y “no estar loco”, como dice la canción de Antonio Machín?
Esto ocurrió a principios de los años 80 y vino de la mano de algunas sociedades musicales pioneras. Creemos que la primera fue la Societat Musical Santa Cecília de Cullera (1979), luego la Unió Musical de Benaguasil (1980) y la Unió Musical de Llíria (1981). El fenómeno de rivalidad/emulación hizo el resto y en pocos años proliferaron las orquestas por doquier. Se había sembrado la semilla y se había desencadenado la tormenta. Imparable.
Cuarenta años después, los resultados son excepcionales, tenemos cientos de agrupaciones de cuerda en nuestras sociedades musicales. Desde hace bastantes años prácticamente todas las escuelas de música tienen profesorado y alumnado de todas las especialidades de cuerda. Y los profesionales de cuerda valencianos han alcanzado un nivel de excelencia y notoriedad igual o parecido al de los músicos de viento. Muchos de ellos y ellas comenzaron sus estudios en aquellas orquestas incipientes de los años 80 del siglo pasado.
Sin duda, una historia increíble de éxito. Una trasformación de un ecosistema de grandes proporciones, y una mejora sin precedentes.
Hacer un análisis de este proceso merece una investigación rigurosa y metódica, lejos de las posibilidades y la intención de este artículo. Aunque podemos descifrar algunas claves.
La primera, sin duda, la capacidad de innovación y de transformación que tienen nuestras sociedades, gracias al enorme colectivo que movilizan, su penetración y extensión por todo el territorio valenciano. También los recursos que son capaces de conseguir y, más aún, la pasión y el sentido de pertenencia que generan entre los valencianos. Como ya hemos dicho en alguna otra ocasión, son como el Rey Midas, convierten en oro todo lo que tocan. Ahora se llama aceleradoras culturales, clusters, etc.
Hubo también otros factores. La irrupción de las políticas educativas públicas, desaparecidas durante décadas si alguna vez existieron. Se crearon conservatorios y se dotaron con profesorado de calidad. También la reforma educativa de 1990 (LOGSE) incluyó en el currículo de las enseñanzas profesionales, la asignatura de Orquesta para todo el alumnado. Pero todo esto ya bien entrado los años 90 del siglo pasado. En el terreno cultural, asistimos a la creación de la Jove Orquestra de la Generalitat Valenciana, la instauración de un festival de orquestas por el Institut Valencià de la Música y sus organismos antecesores, ayudas a los cursos de verano con presencia de especialistas de cuerda, etc.
Mención especial merece una gran acción que, vista con el tiempo, nos parece genial y determinante: La introducción de cátedras ambulantes de violín y viola, sufragadas por la entonces denominada Obra Social de la Caixa d’Estalvis de Valencia. Gracias a esta iniciativa, profesores y profesionales de cuerda se desplazaban a dar clases a los pueblos valencianos y estos instrumentos, mayoritariamente violín y viola, se repartieron entre los niños y niñas valencianos que pudieron elegir tocar un violín en vez de un clarinete. Puede ser que esta acción fuera el “paciente cero” que desencadenó el inicio de la pandemia orquestal a finales de los años 70. Digno de elogio. Ya sé que no queda bien hablar en positivo de la banca y las cajas de ahorro. Pero es lo que hay.
Más recientemente, siguiendo el testigo ya encontramos Bankia escolta Valencia con su programa dedicado al estímulo de las orquestas valencianas que tantas alabanzas y mejoras están produciendo. Una revitalización vigorosa que ha venido a despertar al sector, sumido en un cierto letargo. Nos referimos al Concurso de Orquestas, el Festival y el Ciclo de conciertos. Y detrás, casi novecientos mil euros inyectados a estas políticas en apenas cinco años. Pero como decía Kipling: “Esto es otra historia” que merece un episodio con nombre propio y por todo lo alto.
Para finalizar, citar también la creación por parte de la FSMCV de su Jove Orquestra en 2014 que vino a culminar el apoyo del mundo asociativo musical a las orquestas de las sociedades valencianas.
Visto en perspectiva, es increíble la transformación y la mejora que la sociedad valenciana ha conseguido en este terreno. Al final se han conseguido beneficios culturales de gran magnitud y también la aparición de una “industria” alrededor de los músicos de cuerda valencianos.
Pongámoslo en valor, demos las gracias a sus responsables y aprendamos para mejorar nuestras políticas musicales y culturales. Además, todo ello con cuatro duros si lo comparamos con el coste de los “grandes proyectos”. Y lo que queda por hacer…
Manuel Tomás Ludeña