11 junio, 2020  Escrito por diapason

Me gustaría comenzar este artículo relatando mis primeras experiencias en la escuela de música. Para empezar, hace algo más de quince años mis padres decidieron apuntarme a “la música”. Como muchos otros padres, tuvieron esta iniciativa como una mera distracción para mí, ni se imaginaban el significado que posteriormente tendría en mi vida.

Aún me acuerdo de las tardes esperando en aquellos sofás del Hospitalico a dar esas clases de Música y Movimiento, en las cuales nos dedicábamos a dibujar instrumentos, aprendernos sus nombres y tocar la flauta, entre otras muchas cosas.

Fue pasando año tras año hasta que llegó el momento de decidir qué instrumento quería tocar. Esta era una elección difícil, ya que con 8 años todavía no tienes claro qué es lo que te gusta realmente. Al final, me decanté por el saxofón con la mala suerte de que no quedaban plazas disponibles para ese año, con lo que muy a mi pesar opté por la segunda opción: el clarinete. Pese a que esta no era mi primera opción cada vez me iba gustando más el sonido cálido de las notas graves, y la potencia de las notas agudas. Por no hablar del gran profesor que tanto me ha enseñado, no solo en el marco musical, sino también en el personal; y de esas clases sin parar de reírnos que con tanto cariño las recuerdo.

Otro de los momentos que recuerdo con mucha emoción y cariño fue el de entrar a la banda, porque no solo era el hecho de dar un paso como música, sino que también significaba pertenecer a una gran familia. Fue el sábado 15 de noviembre de 2014 el gran día, era la primera persona de la recogida de ese año. Alegría, nervios e inquietud, fueron algunos de los sentimientos que tenía cuando se acercaba la banda hacia mi puerta. Fue una tarde mágica que terminaba con una increíble cena. Ese mismo año íbamos al certamen de Valencia, en el que no obtuvimos mucho reconocimiento, aunque satisfechos con el trabajo realizado. Después de aquello, tuvimos otros certámenes, como en el Romea de Murcia, procesiones, moros y cristianos, hasta llegar a nuestro máximo logro en el World Music Contest Kerkrade en 2017, obteniendo la mayor puntuación y medalla de oro.

Por todo esto, puedo decir que me siento orgullosa de haber permanecido estos años en una asociación que me ha proporcionado un enriquecimiento musical y personal, porque a lo largo de este tiempo he crecido y he conocido buenos amigos y personas con los que he vivido fiestas, viajes, alegrías y cómo no, alguna decepción de la que siempre nos hemos repuesto juntos y con ayuda de la música.

Gema Gil Muñoz.