28 de julio de 2018

La cultura musical en el mundo actual se enfrenta al reto de convivir con una globalización voraz en la que estamos inmersos. El rápido acceso a información facilita la difusión de nuevas obras desde cualquier lugar y gracias a los medios audiovisuales, ahora los autores pueden prescindir de elementos intermediarios clásicos, como lo son por ejemplo el teatro o una sala de cine, que hasta entonces era el único medio para poder dar a conocer sus obras. Esto ha de tomarse muy en cuenta, ya que los artistas del siglo XXI poseen una ventaja extra que nunca en la historia habían tenido hasta el momento.

Sin embargo, la apertura a nuevos estímulos a través de los formatos de comunicación provoca en los creadores contemporáneos un sentimiento de incapacidad a la hora de destacar ante el gran océano de información creativa. De alguna forma, esa marea continua de información no revaloriza la cultura que ya tenemos sino que provoca el efecto contrario, devaluando el interés por ella.

Si contemplamos nuestra historia musical más reciente, podemos observar a finales del siglo XIX, que existen paralelismos, dando la impresión de estar en una época en decadencia cultural para la civilización occidental.

Desde la introspección nacionalista que compositores como Wagner defendieron, surgieron otros como los autores románticos franceses, como Ravel y Debussy que vieron que las estructuras instrumentales, formales y armónicas de la tradición europea se habían desgastado por completo. La ruptura de estos axiomas occidentales fue un claro ejemplo de la repercusión que la influencia de los colonialismos existentes en el S.XIX esparcidos por todas las partes del globo, permitieron a los autores, buscar nuevas sonoridades, como una salida más en la búsqueda de una individualidad definida.

Las músicas extraeuropeas fueron parcialmente descubiertas al gran público en las exposiciones universales de París en 1889 y 1900 ya que en aquel periodo, antropólogos y musicólogos habían adoptado una corriente en favor del estudio de las músicas exóticas entendiendo todas aquellas músicas tradicionales europeas y no europeas que se consideraba “culta”.

El uso tradicional de las escalas mayores y menores se vio truncado con la revalorización de nuevas ordenaciones de la escala, que adoptaron no sólo de la propia cultura tradicional occidental, con una reavivación de los antiguos modos gregorianos, sino también, adoptando las influencias que de otras culturas se venía filtrando durante todo el siglo XIX, con el uso de las estalas de tonos enteros y las de 5 o 6 sonidos. Este leimotive conceptual provocó que el impresionismo francés tomara por bandera el alarde de estas nuevas tímbricas, dotando de nuevo a la música occidental de una nueva riqueza expresiva que sirvió de inspiración para otros muchos compositores románticos.

Tal como demuestra Gustav Holst con su obra Suite Japonesa, Opus 33 estrenada en 1915, la adaptación de estos recursos exóticos como lo son motivos y danzas clásicas de la cultura nipona, puede llegar a dar resultados de lo más interesantes si las “occidentalizamos”, es decir, las adaptamos a nuestro propio lenguaje musical, usando tanto formas de composición como en este caso la el de la forma Suite, o el uso de grandes instrumentaciones como la orquesta clásica.

Cada vez más, la interculturalidad se irá haciendo más presente en todos los ámbitos, por lo que debemos adaptarnos y aprender a asumir esta nueva corriente global. Por ello, no debemos demonizar los nuevos medios, sino que hay que afrontar los retos que nos plantea esta nueva revolución de lo digital y lo interconectado al igual que se adaptaron los compositores del siglo XX al uso de nuevas formas de expresión musical proveniente de otras culturas.

Alejandro Samper Báidez

Alejandro Samper Báidez

Musicólogo | Diplomado en Magisterio | Compositor

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