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La irrupción de la COVID19 ha supuesto un auténtico tsunami a nivel planetario, un suceso global que ha cambiado de manera repentina nuestras vidas, nuestras rutinas, nuestras costumbres, además de amenazar seriamente nuestras vidas y la de nuestros seres queridos.

Por otra parte, todos los entornos laborales y las diferentes profesiones han tenido que experimentar cambios y adaptaciones importantes. Empezando, claro está, por los profesionales de la Sanidad que están soportando sobre sus espaldas la atención sanitaria a la ciudadanía con riegos importantes para sus vidas. He leído que ya son cerca de 77.000 los profesionales contagiados. Los aplausos a las veinte horas estuvieron más que justificados. Pero no son los únicos, también están realizando esfuerzos muy significativos los profesionales de la educación. Y aquí quería llegar.

Nuestro sistema educativo y sus responsables han tenido que realizar transformaciones muy profundas en apenas quince días. Hemos cambiado más en tres meses que durante todo el último siglo, exagerando un poco, claro. Organizar todas las enseñanzas de manera telemática de un día para otro y “aguantar el tipo” puede considerarse un esfuerzo titánico al que han contribuido, sin duda, los responsables políticos y técnicos de las administraciones educativas, las direcciones de los centros escolares y el conjunto del profesorado. Naturalmente, también el resto de miembros de la comunidad educativa, pero mi reflexión se centra, en esta ocasión, en la respuesta profesional.

Un esfuerzo que va adaptándose a la misma evolución de la pandemia, pues si complicado ha sido organizar las diferentes enseñanzas a distancia, más complicado está siendo adecuar el funcionamiento de los centros a la “nueva realidad”. Por simplificar, se trata de garantizar en plena pandemia el funcionamiento normalizado y presencial de los centros educativos mitigando y evitando los riesgos de contagio. Algo así como la cuadratura del círculo. Y lo curioso es que se está consiguiendo; el nivel de contagio y de brotes en el ámbito escolar es bastante reducido. De momento. Por todo ello, creo sinceramente que las direcciones escolares y sus equipos directivos están realizando un trabajo excepcional en unos contextos muy complicados. Y me explicaré.

En primer lugar, han asumido una enorme  responsabilidad. Las administraciones educativas han estado raudas al anunciar que la responsabilidad para redactar y aplicar los planes de contingencia y gestionar los casos y los brotes correspondía a las direcciones escolares. Aquí sí que se les ha dado rápidamente autonomía. Sobre las espaldas de estos profesionales ha recaído la mayor parte de la  responsabilidad.

Y es lo suyo, vaya por delante. Cuando se cree en un modelo de dirección relevante y con capacidad ejecutiva hay que ser consecuentes. A las duras y a las maduras. Lo que duele es que solo sea para “las duras”. ¡Lástima que esta autonomía no la tengan en otros ámbitos, donde las administraciones se resisten a ello!

Sigamos. No sólo responsabilidad, nuestras direcciones escolares han tenido y están teniendo que realizar un ingente trabajo añadido, mucho trabajo. He sido director doce años de un centro público y convivo con una directora también. He vivido y sigo viviendo en primera persona las dificultades y el trabajo extraordinario que han tenido que realizar todos durante los meses que dura la pandemia.

De momento  este año, muy pocas vacaciones, pues el virus no ha descansado tampoco y las resoluciones de las autoridades educativas se sucedían también en julio y agosto. Además, la preparación del curso en septiembre en estas condiciones ha supuesto, imagino que para la mayoría, un trabajo continuado e intenso durante el verano.

Las nuevas tareas son muchas: Señalizar el centro, redactar planes de contingencia, organizar entradas escalonadas, modificar las programaciones didácticas, informar a la administración de los casos y de los brotes, cambios organizativos para adaptar el funcionamiento administrativo a la nueva realidad, conocer y manejar la nueva normativa y suma y sigue… Una gran cantidad de nuevas funciones.

Más responsabilidad, más trabajo y añadamos algo nuevo: Más conflictos que asumir. Unas circunstancias tan serias provocan miedo, ansiedad y preocupaciones en todos los sectores educativos (profesorado, padres/madres, etc.). Es lo normal. Y aunque el comportamiento del profesorado y del resto de los sectores educativos está siendo ejemplar, los nuevos conflictos no se pueden evitar en colectivos tan numerosos.

Para más inri, mucha responsabilidad y pocas competencias. Deben afrontar un reto descomunal con muy pocas herramientas: Un jefe de personal que no tiene competencias en la gestión de personal,  un líder pedagógico con poco margen para elaborar un proyecto educativo (a diferencia de los colegios privados), un responsable de gestión que no tiene prácticamente margen de maniobra para conseguir recursos extraordinarios. Vaya, para salir corriendo.

Nuestro modelo de dirección escolar es una anomalía en todo el mundo (junto a Portugal). En el resto de países, desde la China popular hasta la América capitalista, los directores gozan de más competencias y son auténticos profesionales, es decir, tienen una dirección profesionalizada. Aquí, este modelo profesional de la dirección nos recuerda al cuerpo de directores del franquismo. Por ello, una gran parte de los sectores educativos lo rechazan y consideran que “lo nuestro” es más democrático y participativo: Complejos del pasado. Y falso, porque son muchas las direcciones que acaban siendo nombradas por la administración por falta de candidatos; así que, de participación, no vamos muy sobrados.

Pensamos que no hay nada más democrático que un director/a con atribuciones y competencias para ejecutar los acuerdos tomados democráticamente en los órganos de gobierno colegiados. Esto, algunos lo venden como autoritarismo, pero cuando nadie manda ya se sabe… Lo dejo aquí, no quiero venirme arriba.

Así que, o todo el resto del mundo está equivocado, cambiará su modelo y nos seguirá en esta “senda democrática”, o somos nosotros los que caminamos en dirección contraria al sentido común. Más bien me inclino por esto último.

Creo que llegará el reconocimiento de la sociedad a los profesionales de la educación en su conjunto, pero jamás valoraremos lo suficiente a las direcciones de los centros escolares. Y no creo que lo hagamos de manera pública y notoria, no queda bien todavía reforzar a los directores/as.

Y esto me hace pensar, ¿por qué los directores/as son una figura poco simpática? Miren los Simpson, uno de los personajes más patéticos es, sin duda, el director del colegio de Springfield, Seymour Skinner, el estereotipo de alguien preocupado por las reglas y por amargarle la vida al pobre Bart Simpson. Casi igual de siniestro que la figura  del cazador en los cuentos de Walt Disney.

Bueno, es lo que hay. Pese a todo, ahí siguen trabajando y dando muestras de un compromiso colosal por el sistema educativo público. Nadie saldrá nunca a los balcones para aplaudir a estos profesionales; incluso en algunos centros educativos, no recibirán el apoyo y aliento de sus propios compañeros/as (en la mayoría, sí). Pero son necesarios, muy necesarios y en estos momentos lo han demostrado y lo están demostrando. Gracias y enhorabuena a todos estos profesionales. Se merecen también un aplauso unánime de todos nosotros.

Manuel Tomás Ludeña