Nadie avisó a la humanidad, desde los altares mediáticos de información, del advenimiento de la Era Cuaternaria, o de la era glacial, entre otras cosas porque el Homo Sapiens no era tan “sapiens” como parecía.
En la astrología también existen diferentes eras con las que, principalmente los astrólogos, pretenden explicar el comportamiento humano y sus vicisitudes que caracterizan una época. Según los cálculos de diferentes astrólogos, las fechas más probables para entrar en la Era de Acuario podrían ser el año 2638 (Elsa M. Glover), 2658 (Max Heindel) o 2080 (Shepherd Simpson), aunque muchos creen que el cambio de era tuvo lugar a mediados del siglo XX. ¿Entonces en qué quedamos? Pues quedamos en dudas, como siempre, aunque de lo que no hay duda es de la Era en la que estamos: la Era del “picoteo”
Fuente: Escrito por diapason – 26 enero, 2021
Javier Vizcaíno, compositor/pianista
Rutas del vino, degustaciones para paladares (exigentes o no) de toda especie y género, cocina de vanguardia donde lo importante es picotear lo justo de cada cosa y quedarte con más hambre que Jeremías para tener “caché”; hasta para ligar también picoteamos, de aquí y de allá, en aplicaciones que asustan de ver tanta carne junta, y a la que despreciamos con tan solo deslizar el dedito. ¿Pero qué ocurre con la música? Pues que también picoteamos de ella, gracias a las plataformas en streaming y otros extranjerismos sin los que nos es imposible ya imaginar una existencia decente.
Ese “picoteo” musical en el que no dejamos a la canción en cuestión desarrollarse por sí misma es algo que nos incapacita para la comprensión del discurso musical, y lo que no se comprende o lo que no se conoce no se puede llegar a disfrutar en toda su dimensión. Los estudiantes de música tienen hoy a su alcance más recursos que nunca (visuales y sonoros) pero también poca o ninguna paciencia para escuchar, en su integridad, una obra musical, y la educación desempeña aquí un papel determinante para enseñar al alumno no sólo la técnica musical de cualquier especialización sino enseñarle ante todo a saber escuchar. ¿De qué sirve mover dedos sin descanso y soplar a lo bruto si nuestros alumnos de hoy no están en condiciones de apreciar el inmenso tesoro y sofisticación en el lenguaje que supone la música occidental para nuestra cultura?
Nuestro oído tiene la virtud de crear un vínculo entre el presente y el pasado, entre lo que estamos escuchando ahora y lo que ya hemos escuchado, y envía señales a nuestro cerebro respecto a qué podemos esperar en el futuro, o lo que viene. Así, en una secuencia musical recordamos la primera exposición y la memoria auditiva nos alienta a esperar oírla de nuevo; la estructura de la mayor parte de la música occidental, al margen de cuál sea su forma, se basa a menudo en este principio. ¿Cómo podemos entender, por ejemplo, una fuga de Bach y sus conexiones internas entre todos los elementos que la conforman si nos aproximamos a ella con ligereza y sólo escuchando sus siete u ocho segundos iniciales? ¡Es imposible! Una fuga, inicialmente, comienza con la entrada de una sola voz, sin acompañamiento, es lo que llamamos sujeto, y su carácter y longitud solo vendrá determinado por la entrada de la segunda voz y por los tratamientos contrapuntísticos que el compositor elabore en el transcurso de la fuga. La segunda entrada es una repetición (afirmación) de las mismas notas que expuso el sujeto en soledad pero en otro registro o tonalidad relacionada; esta transposición de registro o tonalidad produce un efecto similar al de una frase pronunciada por una persona y confirmada inmediatamente después por una segunda persona que se pronuncia con las mismas palabras pero con su propia voz y, por tanto, diferente. Pero si continuamos “picoteando” música tampoco lograremos entender en absoluto el intenso contraste que a menudo existe en la forma sonata; si la fuga podría tenía un carácter épico o místico, la sonata nos aborda con su estructura dramática entre sus dos temas contrastantes: masculino/femenino, rítmico/melódico, triste/alegre, etc.
Desde pequeños nos enseñan a estar más pendientes de nuestro sentido visual que de nuestro oído para nuestra supervivencia: todos los padres enseñan a sus hijos a mirar para no cruzar el semáforo hasta que se ponga en verde, pero igual de importante es afinar nuestro oído para no oír ningún vehículo cerca que pueda atropellarnos. El oído bien entrenado es para mí como una prolongación del sentido del tacto y del gusto pero a nivel auditivo, con el que podemos valorar también si una música es tierna, blanda, áspera, cálida, fría, etc. El neurocientífico Antonio Damasio dice que el sistema auditivo está más cerca de las partes del cerebro que regulan la vida, donde se desarrollan el sentido del placer y del dolor, los impulsos y otras emociones básicas.
La repetición es un hecho musical habitual con el que trabajamos los compositores, y que aporta comprensión a la obra, así como el volver a escucharla también es repetir un acto en sí mismo. El “picoteo musical” yo lo comparo a la búsqueda de documentación para cualquier fin intelectual o de investigación: puede interesarnos para indagar una información concreta, pero nunca puede sustituir al acto de leerse un buen libro de principio a fin. La música necesita escucharse, no solo oírse, ser conscientes de todo lo que está sucediendo a todos los niveles (armónico, melódico, instrumental/orquestal, formal…) y ver a nivel emocional qué sentimientos nos produce en su escucha, o si lo que intenta transmitir el compositor son sensaciones sonoras, experimentaciones acústicas al margen de cualquier sentimiento o consideración afectiva; todo esto nos ayudará a entender las diversas músicas a las que hoy tenemos alcance y entenderlas de verdad, no quedándonos en una aproximación superficial, sabiendo disfrutar de ellas según lo que nos apetezca escuchar en cada momento.