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La crisis del Coronavirus está suponiendo una grave amenaza sin precedentes para las Escuelas de Música. Un desastre que está poniendo a prueba la viabilidad de los proyectos educativos que se desarrollan en estos centros y que debemos evitar actuando con rapidez, inteligencia e imaginación. El reto es descomunal, pero tenemos suficientes recursos y fortalezas para afrontarlo.

De todos es sabido que las medidas de confinamiento han cambiado rotundamente la dinámica habitual de nuestra sociedad, por no hablar de la tragedia en vidas humanas y el desastre ocasionado en casi todos los sectores productivos de nuestro tejido económico.

En el ámbito educativo, sin embargo, la respuesta está siendo más que satisfactoria. Las autoridades, los centros educativos y sobre todo el profesorado se han conjurado para que el curso escolar se desarrolle a pesar de la suspensión de las clases lectivas presenciales. De repente, la transformación digital y la utilización de las TICs en la educación se han convertido en herramientas fundamentales para proseguir con éxito el proceso de enseñanza/aprendizaje. La utilización de programas y herramientas de videoconferencia, entre muchas otras, está propiciando que, no solo las clases de contenido teórico, sino también las clases instrumentales se estén llevando a cabo con cierta normalidad.

Mi experiencia actual, como profesor de oboe en el Conservatori Professional de Música de Torrent y asesor académico de la Escuela Superior de Música de Alto Rendimiento (ESMAR), constata que en ambos casos esto es una realidad. Nos hemos puesto “manos a la obra” y los resultados están siendo moderadamente buenos. La educación española en todas sus enseñanzas y niveles está saliendo adelante y el alumnado prosigue su proceso de aprendizaje con ciertas garantías.

Y no es fácil, pues son muchos los retos: La formación desigual del profesorado en la utilización de las TICs, las desigualdades del alumnado y sus familias a la hora de acceder a internet, la disponibilidad de ordenadores y el impacto en la vida del alumnado de esta nueva avalancha de exigencias que pueden alterar la vida en cuarentena de todos ellos.  Pero más allá de todo esto, debe primar la voluntad de continuar pese a las dificultades. Y así está siendo.

En las escuelas de música encontramos algunas dificultades añadidas que deben ser rápidamente subsanadas para evitar que se produzca directamente una interrupción del proceso educativo y el colapso directo de estos centros, con todo lo que ello conlleva: Despido masivo del profesorado, abandono del alumnado de los estudios musicales y quiebra de las empresas educativas titulares de estos centros.

Una vez más, las debilidades históricas de las escuelas de música no ayudan. Al tratarse de enseñanzas de carácter no  reglado que no conducen a titulaciones oficiales, las hacen más prescindibles. Y es un error que podrían cometer muchas familias, poco conscientes de los innumerables beneficios que aportan y más en estos momentos.

Por otra parte, el profesorado de estos centros tiene una situación laboral bastante precaria y no encontramos equipos directivos, en muchas de ellas, que puedan liderar soluciones efectivas. A esto se añade que las escuelas de música disponen de pocos recursos para afrontar esta contingencia. Todo ello actúa en contra y está propiciando que directamente algunas escuelas de música se “fundan en negro” o se queden en un triste tacet.

Por el contrario, la respuesta realizada por el tejido asociativo valenciano ha sido espectacular. Hemos asistido a la salida de miles de músicos a los balcones para reafirmar la práctica musical como un elemento de resistencia y de optimismo y para reivindicarla como una herramienta que haga más llevadero el largo confinamiento. Y es aquí donde se debe incidir.

Todos estamos recibiendo estos días una avalancha de contenidos culturales que nos ayudan a soportar el encierro en casa: Películas, música, listado de atractivas lecturas, etc. Pero nada que pueda reemplazar la excepcional vivencia de producir música nosotros mismos, superando con creces el consumo pasivo de cualquier contenido cultural. Debemos concienciar a las familias de todo esto.

En definitiva, proponemos al conjunto de la comunidad educativa musical campañas para sensibilizar que no se debe alterar ni interrumpir la formación musical. A ser posible, las escuelas de música, dependientes de entidades sin ánimo de lucro, deberían beneficiarse de las plataformas y de los recursos que la administración educativa está destinando a los centros de titularidad pública. Pero, sobre todo, la responsabilidad está en los propios centros que deben garantizar, hasta donde sea posible, la continuidad del servicio educativo; y, como no, la implicación del profesorado, el elemento clave en el proceso educativo.

No tenemos ninguna duda de que así será y que esta grave amenaza se superará. Las sociedades musicales resistieron la gran crisis del 2008 de manera sobresaliente y llevamos apoyando durante muchas décadas la educación musical en condiciones de austeridad.

Me comentaba estos días Remigi Morant, vicepresidente de la FSMCV, que el 80 % de las escuelas de música valencianas estaba manteniendo la actividad. Sin duda una magnífica noticia que nos llena de esperanza. El Coronavirus no puede vencernos, más bien al contrario. El curso escolar en nuestras escuelas de música debe proseguir, tal como lo teníamos previsto. ¡La música no puede parar de sonar!

Manuel Tomás Ludeña