Siempre me han cautivado los versos del Premio Nobel Vicente Aleixandre:

“…Recordar es obsceno, / peor: es triste. Olvidar es morir…”

(de Poemas de la consumación, 1968)

El olvido es, en la mayoría de las ocasiones, una especie de muerte de la que no se es consciente. En la terrible enfermedad del Alzheimer, los enfermos viven con lagunas en sus recuerdos, como si algunas determinadas carpetas de su disco duro se hubieran borrado para siempre. Para ellos nunca existieron. Recuerdo como mi abuela materna, en sus dos últimos años de vida, dejó de reconocerme como su nieto. Decía que yo era hijo de una amiga suya y que no sabía por qué estaba siempre en su casa. Aquella mujer con la que compartí tantos bellos momentos disfrutando de su bondad, de su cercanía, de su sabiduría vital y de su eterna ternura, ahora me negaba su condición de abuela. Fue difícil de asimilar, sobre todo cuando este olvido inicial se convirtió en una degeneración física paulatina y dolorosa. Una sensación de impotencia te absorbe de forma cruel cuando observas el declive vital de alguien a quien amas.

Y es que, tal vez el olvido no puede disociarse de un deterioro físico. Y por ello, trabajar la memoria nos pueda ayudar a conservar una mayor calidad de vida. En un mundo como el actual, inmerso en una pandemia de la que se creyó salir rápidamente y de la que aún no sabemos cuándo nos podremos librar, los olvidos son, como mínimo, símbolo de una incipiente degeneración. Hay quienes olvidan que no podemos bajar la guardia en los protocolos contra el contagio, enarbolando, en ocasiones, una absurda seguridad profiláctica. Sin embargo, también hay quien se olvida de vivir y por tanto reniega de buscar los medios para poder continuar manteniendo la dignidad vital en mitad de una situación que ha dado un vuelco radical a aquello que considerábamos la normalidad. Creo que ambos olvidos llevan inmerso una cierto miedo, una especie de comodidad temerosa de enfrentarse a lo desconocido. El ser humano tiene ante sí un reto de gran relevancia mediante el cual puede demostrar una potencialidad reflexiva y pensante que ayude a canalizar sus conocimientos en una mayor adaptabilidad a la realidad que le rodea.

Pero hay olvidos que pueden ser reconducidos con la sensatez de la reflexión. En todos los sistemas de mnemotecnia que he podido conocer se nos habla de la importancia y de la eficacia de la esquematización, la lógica y el razonamiento para poder mantener una memoria eficaz y productiva. Sin embargo, hay decisiones tomadas desde la comodidad y la falta de esfuerzo que olvidan aquello que realmente es evidente. En estos tiempos de pandemia asistimos a olvidos incomprensibles que perfectamente podrían ser subsanados. No se si son olvidos producidos por instalarse en el mínimo esfuerzo, por la inoperancia despreocupada o por pura y simple ignorancia. Sea cual fuere el motivo, hay que reivindicar que se puede vencer al olvido cuando éste no es producto de patología alguna. Desde junio de 2020 a agosto de 2021 he dirigido unos cuarenta y tres conciertos, la mayoría con aforos reducidos, otros por streaming. En las bandas municipales de Bilbao y Barcelona, hemos mantenido todos los conciertos de temporada, cambiando repertorios para adaptarlos al protocolo COVID que incluye tanto distancias físicas, como reducción de efectivos sobre los escenarios, duración de los programas (todos ellos sin pausa para evitar acumulación de público) … Ha sido un trabajo esforzado y comprometido de todos y cada uno de los músicos de las formaciones, además de los equipos de organización y gestión. Hemos tenido miedo, yo el primero. Pero hemos pensado en poner todo el esfuerzo para poder seguir ofreciendo nuestro trabajo con la mayor dignidad, adecuándolo a la situación pandémica a medida que ésta iba evolucionando. Y lo hemos logrado. No hemos suspendido ninguno de nuestros conciertos programados, actuando como si hubiéramos tenido una temporada pre-pandémica. El público que nos ha escuchado, bien en directo, o bien por redes, nos ha mostrado un calor tremendamente especial y sincero. Sin embargo, seguimos inmersos en el ostracismo del olvido. Seguimos sin tener noticias de las bandas de música a no ser aquellas que aparecen en el apartado de curiosidades, ambientaciones festivas y populares… El ámbito de la cultura musical y su difusión se reduce a los conciertos sinfónicos, al pop, al rock, al jazz, a la ópera, a la música contemporánea (como si las bandas fueran hologramas del pasado), a los musicales…. Hace unos meses, en varias noticias de radio y televisión anunciaban la presentación del nuevo presidente norteamericano. En varios titulares se podía leer, a modo de curiosidad apostillada: “el presidente se hizo acompañar de una banda de música”. Así, sin más explicaciones. En ninguna parte oí referenciar que la banda de música que lo acompañaba es una formación que forma parte del protocolo presidencial de los EEUU desde el 1798, año en el cual el presidente John Adams aprobó su fundación tal y como consta en el acta del congreso norteamericano fechada el 11 de julio de aquel año (hace ya 223 años). Tal vez sea porque en los programas educativos de ámbito general no se hace mención alguna de la existencia de bandas de música en la historia cultural, ni que esta banda a la que hago referencia, la “The President’s Own” United States Marine Band, es una de las formaciones sinfónicas más importantes del mundo, con temporadas de conciertos de un elevado nivel artístico, con una discografía mítica y fundamental para entender la evolución de la composición destinada para las bandas de música, y que tiene, entre sus directores invitados contemporáneos, a figuras como John Williams. Pero, según los medios, fíjate qué curioso, el presidente de un país tan importante, se hace acompañar de una banda de música, tan vulgar… Y es que la memoria de las bandas está plagada de olvidos, los cuales le han proporcionado una especie de mantra estereotipado que se repite entre generaciones.

A pesar de estos olvidos, seguimos y seguiremos. No nos queda otra. El trabajo siempre dignifica y en estos momentos tan especiales, aún más. El trabajo silencioso pero constante, el que produce activos de solidez, el que hay detrás de cada músico que con miedos y situaciones personales varias, ha dejado atrás todo para demostrar que su trabajo es útil en esta sociedad. Las bandas de música (algunas de ellas, no todas …) han sido reconocidas por el Ministerio de Cultura como Material Representativo del Patrimonio Cultural Inmaterial, pero al ser tan “etéreas” da la sensación que no existimos. En el olvido de este reconocimiento hacia el resto de bandas hay también una muerte lenta del respeto por su historia, por su presente y por su potencialidad futura.

El olvido puede ser ocasionado por una enfermedad o por un nocivo descuido. En el caso de las patologías mentales, existen tratamientos paliativos que aminoran su evolución o su intensidad. En el caso de la incultura, hay un remedio efectivo: el estudio y la formación. Y en este último caso, la voluntad de cambio y el compromiso son también dos vías de desarrollo de gran efectividad.

Hace unos días me encontré con una persona a quien hacía tiempo no veía y le pregunté por sus padres, pues tenía constancia de que ambos estaban diagnosticados con la patología de Alzheimer. Me dijo que ambos habían entrado en una fase de dependencia y que los estaba cuidando en su casa, ya que así era más cómodo para ella. Después de más de treinta años de casados, sus padres llevaban ahora unos veinte de divorciados. Y en estos momentos en los que ambos tienen Alzheimer, vuelven a vivir juntos: “Menos mal que se han olvidado el uno del otro y no se reconocen”, decía mi amiga, “antes de la enfermedad no se soportaban”. Lo que es la vida: un olvido patológico permite convivir ahora a dos personas que, sin él, serían incapaces de compartir nada. Decía Jorge Luis Borges: “…No hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón…. Ya somos el olvido que seremos…” (Elogio de la sombra, 1969).

El olvido alimentado por la comodidad, los estereotipos o la propia inoperancia, es un camino imparable hacia la desolación. La historia bandística comprende momentos fundamentales en la evolución cultural y social de nuestro mundo. En estos tiempos tras la pandemia, las bandas pueden y deben asumir de nuevo un papel motriz en la recuperación sociocultural de nuestra contemporaneidad. Trabajemos para no caer en el olvido de la memoria. Olvidar es morir…

José R. Pascual-Vilaplana

Trento (Italia), 3 de septiembre de 2021

Artículo original

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